jueves, 22 de marzo de 2012

EL YO TRIADICO Y LOS CENTROS

EL YO 
TRIÁDICO 

 Si los seres humanos fuéramos capaces de permanecer centrados en nuestra unidad esencial no tendríamos necesidad del eneagrama. Pero sin trabajar en nosotros no podemos centrarnos. Una percepción universal de las grandes tradiciones espirituales es que la naturaleza humana está dividida, en contra de sí misma y en contra de lo divino. De hecho, nuestra falta de uni¬dad es más característica de nuestra realidad «normal» que de nuestra unidad esencial.
Con sorpresa el símbolo del eneagrama toma en cuenta ambos aspectos de la naturaleza humana, en su unidad (el círculo) y en la forma en que está dividida (el triángulo y la hexada). Cada parte del eneagrama nos re¬vela verdades psicológicas y espirituales acerca de quienes somos, profundi¬zando nuestra comprensión de nuestra difícil situación a la vez que nos su¬giere soluciones.
En esta entrada examinaremos las principales formas en que se ha dividido la unidad original de la psique humana: en tríadas, grupos diferentes de tres. Los nueve tipos no son categorías aisladas, sino que están relacionadas de modos extraordinariamente ricos y profundos cuyos sentidos trascienden los tipos psicológicos individuales.
 LAS TRIADAS

Las tríadas son importantes para el trabajo de transformación porque es­pecifican dónde está nuestro principal desequilibrio; representan los tres principales grupos de problemas y defensas del ego, y revelan las principa­les maneras en que contraemos nuestra percepción y nos limitamos.


Esta primera agrupación de tipos se fundamenta en los tres componentes básicos de la psique humana: instinto, sentimiento y pensamiento. Según la teoría del eneagrama, estas tres funciones están relacionadas con «centros» sutiles del cuerpo humano, y la personalidad se fija principalmente en uno de esos centros. Los tipos Ocho, Nueve y Uno constituyen la triada del instinto; los tipos Dos, Tres y Cuatro forman la tríada del sentimiento y los tipos Cinco, Seis y Siete son la triada del pensamiento. Vale la pena observar que la medicina moderna también divide el cerebro humano en tres componentes básicos: el cerebro primitivo o instintivo; el sistema límbico o cerebro emocional y el córtex cerebral o parte pensante del cerebro. Algunos profesores del eneagrama denominan también los tres centros como cabeza, corazón y vísceras, o centros del pensar, del sentir y del hacer respectivamente.
Sea cual sea nuestro tipo, nuestra personalidad contiene los tres componentes: instinto, sentimiento y pensamiento. Los tres se relacionan mutuamente y no podemos trabajar uno sin influir en los otros dos. Pero a la mayoría, atrapados como solemos estar en el mundo de la personalidad, nos cuesta distinguir esos componentes. Nada en nuestra educación moderna nos ha enseñado a hacerlo.
Cada una de estas tríadas representa una gama de capacidades o funciones esenciales que se han bloqueado o distorsionado. La personalidad, entonces, trata de llenar los huecos donde se ha bloqueado nuestra esencia, y la tríada en que está nuestro tipo indica dónde actúan con más fuerza las constricciones a nuestra esencia y el relleno artificial de la personalidad. Por ejemplo, en el caso de una persona tipo Ocho, se le ha bloqueado la cualidad esencial de la fuerza; entonces interviene su personalidad, que intenta imitar la verdadera fuerza, hace que actúe con dureza y que se imponga a veces de modo no apropiado. La falsa fuerza de su personalidad ha tomado el mando y ocultado el bloqueo de la verdadera fuerza, incluso a la propia persona. Mientras no comprenda esto, esta persona no podrá reconocer ni recuperar su fuerza esencial auténtica. De modo similar, cada tipo de personalidad reemplaza otra cualidad esencial por una imitación con la que se identifica y trata de hacer lo mejor posible. Paradójicamente, si el tipo de una persona está en la tríada del sentimiento, eso no significa que tenga más sentimiento que los demás. De igual modo, si alguien está en la tríada del pensamiento no por eso es más inteligente que los demás. En realidad, en cada tríada, la función que le corresponde (instinto, sentimiento o pensamiento) es la función que con más fuerza ha formado el ego a su alrededor y es por lo tanto el componente de la psique menos capaz de funcionar libremente.



La vida animal apoya todos los intereses espirituales.
 GEORGE SANTAYANA  


LOS TEMAS PRINCIPALES DE LAS TRES TRIADAS 
La triada del instinto 
Los tipos Ocho, Nueve y Uno procuran resistirse a la realidad (crean¬do límites para el yo basados en tensiones físicas). Estos tipos tienden a tener problemas de agresividad y represión; bajo las defensas del ego llevan muchísima ira.
La triada del sentimiento
Los tipos Dos, Tres y Cuatro están interesados en su imagen (apego al falso o supuesto yo de su personalidad). Creen que las historias sobre ellos y sus supuestas cualidades son su verdadera identidad; bajo las de¬fensas de su ego llevan muchísima vergüenza.
 La triada del pensamiento
 Los tipos Cinco, Seis y Siete tienden a la ansiedad (experimentan falta de apoyo y orientación). Se entregan a comportamientos que ellos creen que van a mejorar su seguridad; bajo las defensas de su ego llevan muchísimo miedo.



Cuando uno describe o explica o sólo siente interiormente su «yo», lo que hace en realidad, lo sepa o no, es trazar un límite o frontera mental en el campo de su experiencia, y todo lo que queda dentro de ese limite es lo que se siente o se llama «yo», mien¬tras todo lo que queda fuera de ese límite se siente o se llama «no yo». En otras palabras, la identi¬dad del yo depende totalmente de dónde se traza el limite fronterizo.
 KEN WILBER


LA TRIADA DEL INSTINTO:
Los tipos Ocho, Nueve y Uno se han formado en torno a deformaciones de sus instintos, que son la raíz de nuestra fuerza vital y vitalidad. La tríada del instinto tiene que ver con la inteligencia del cuerpo, con el funcionamiento básico vital y la supervivencia.
El cuerpo tiene un papel importantísimo en todas las formas de trabajo espiritual auténtico, porque devolver conciencia al cuerpo afirma la cualidad de la presencia. El motivo es bastante obvio: mientras la mente y los senti­mientos pueden vagar hacia el pasado o hacia el futuro, el cuerpo sólo existe en el aquí y el ahora, en el momento presente. Este es uno de los motivos funda­mentales de que prácticamente todo trabajo espiritual importante comience con retornar al cuerpo y conectar más con él.
Además, los instintos del cuerpo son las energías más potentes con las que tenemos que trabajar. Cualquier transformación verdadera ha de contar con ellos y cualquier trabajo que no los tome en cuenta con seguridad crea­rá problemas.
El cuerpo tiene una inteligencia y una sensibilidad pasmosas, y también posee su propio lenguaje y su forma de conocer. En las sociedades indígenas, como las tribus aborígenes de Australia, las personas han conservado una re­lación más franca con la inteligencia del cuerpo. Se han documentado casos de personas que han sabido en sus cuerpos que uno de sus parientes sufría una herida o lesión a muchos kilómetros de distancia. Este conocimiento corporal les ha permitido ir hasta la persona lesionada para auxiliarla.
En las sociedades modernas la mayoría estamos casi totalmente separa­dos de la sabiduría de nuestro cuerpo. El término psicológico para designar esto es disociación; en el lenguaje cotidiano lo llamamos irse, marcharse. En un día ajetreado y estresante, es posible que sólo sintamos el cuerpo si hay dolor corporal. Por ejemplo, normalmente no nos fijamos en que tenemos pies a menos que los zapatos nos queden demasiado estrechos. Pese a que la espalda es muy sensible, por lo general no tenemos conciencia de ella a no ser que recibamos un masaje, o tengamos una insolación o una lesión en ella, y a veces ni siquiera así.
Cuando de veras habitamos nuestro centro instintivo, es decir, cuando ocupamos totalmente nuestro cuerpo, este nos da una profunda sensación de plenitud, estabilidad y autonomía o independencia. Cuando perdemos con­tacto con nuestra esencia, la personalidad intenta «llenarla», proporcionando una falsa sensación de autonomía.
Para darnos esa falsa sensación de autonomía, la personalidad crea lo que en psicología se llama límites del ego. Con esos límites del ego podemos decir: «Esto soy yo y eso no soy yo. Eso no es yo, pero esta sensación (o pen­samiento o sentimiento) sí soy yo». Por lo general creemos que esos límites se corresponden con la piel y por lo tanto con las dimensiones del cuerpo, pero eso no siempre es así.
Esto se debe a que notamos tensiones habituales, no necesariamente los contornos del cuerpo. También podríamos notar que casi no tenemos sensa­ciones en algunas partes del cuerpo: se perciben insensibles, vacías. La verdad es que siempre llevamos con nosotros una sensación del yo que tiene poco que ver con cómo es en realidad nuestro cuerpo, donde está o qué estamos haciendo. El conjunto de tensiones internas que genera nuestro sentido in­consciente del yo es el cimiento de la personalidad, la primera capa.
Si bien todos los tipos emplean límites del ego, los tipos Ocho, Nueve y Uno lo hacen por un motivo particular: intentan usar su voluntad para influir en el mundo sin dejarse influir por él. Tratan de influir en su entorno, de re­hacerlo, de controlarlo, de refrenarlo, sin que este influya en su sentido de identidad. Para decirlo de otro modo, estos tres tipos se resisten, de diferentes modos, a la influencia de la realidad. Tratan de crear una sensación de inte­gridad y autonomía erigiendo un «muro» entre lo que consideran yo y lo que consideran no yo, aunque el lugar donde se levantan estos muros varía de tipo en tipo y de persona en persona.
Los límites del ego se clasifican en dos categorías. El primer límite está dirigido hacia fuera, y suele corresponder al cuerpo físico, aunque no siem­pre. Cuando nos cortamos las uñas o el pelo, o se nos extrae un diente, deja­mos de considerarlos partes de nosotros. A la inversa, es posible que subconscientemente consideremos partes nuestras a ciertas personas o pose­siones (casa, cónyuge o hijos), aunque ciertamente no lo son.
El segundo límite está dirigido hacia dentro. Por ejemplo, decimos que «tuvimos un sueño», y no pensamos que somos el sueño. También considera­mos separados de nuestra identidad algunos pensamientos o sentimientos, mientras que nos identificamos con otros. Como es lógico, diferentes perso­nas se identifican con diferentes sentimientos o pensamientos. Una persona podría experimentar la rabia como parte de sí misma, mientras otra conside­ra la rabia algo ajeno a ella. Pero en todos los casos es importante recordar que estas divisiones son arbitrarias y resultado de los hábitos de la mente.
En el tipo Ocho, el límite del ego está principalmente dirigido hacia fuera, contra el entorno; el centro de atención es también externo. La consecuencia es una expansión y desbordamiento de la vitalidad del Ocho en el mundo. Los Ocho gastan energía constantemente para que nada pueda acercárseles demasiado y herirlos. Su actitud hacia la vida viene a decir: «Nada me va a dominar. Nadie va a penetrar mis defensas para herirme. Voy a estar en guar­dia». Cuanto más herido se sintió el Ocho en su infancia, más amplio será el límite de su ego y más difícil resultará a los demás llegar hasta él.
Las personas tipo Uno también tienen un límite contra el mundo exte­rior, pero están mucho más interesadas en mantener su límite interno. Todos te­nemos aspectos que no aprobamos o de los que desconfiamos, que nos an­gustian y de los que deseamos defendernos. Los Uno gastan muchísima energía tratando de contener ciertos impulsos inconscientes, tratando de im­pedir que afloren a la conciencia. Es como si se dijeran: «No quiero ese sen­timiento. No quiero tener esa reacción ni ese impulso». Generan muchísima tensión física para contener sus límites interiores y mantener a raya aspectos de su naturaleza interior.

DIRECCIONES DE LOS LÍMITES DEL EGO EN LA TRIADA DEL INSTINTO





EN LA PRÓXIMAS ENTRADAS SE VERÁ: LA TRIADA DEL SENTIMIENTO y LA TRIADA DEL PENSAMIENTO



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